El clásico Yoga-Sutra considera al gurú como un maestro, pero también como un guía espiritual relativo y provisional, supuesto que este maestro ha logrado un alto grado de autorrealización, para que pueda actuar sobre su discípulo con la fuerza de su ser interior y no solo con la luz de la sabiduría recibida, sus actos externos y lo que dice. Lo que debería suceder entre maestro y discípulo es una especie de ósmosis, cuya acción va desde un elemento más intenso (maestro) a un elemento menos intenso (discípulo), hasta que haya una saturación adecuada entre ambos elementos, es decir, “gracia del maestro” que involucra y penetra el alma del discípulo receptivo. Y en ese caso donde el discípulo se vuelve receptivo, podemos usar la declaración del Bhagavad-Gita que dice: “cuando el discípulo está listo, aparece el maestro”.
El propósito de la presencia de un gurú no es llevar al discípulo con él indefinidamente, sino darle plena autonomía y autocracia, para que un día, el discípulo pueda seguir su camino con perfecta claridad y seguridad absoluta, sin el maestro. Y luego el maestro externo se convirtió en un maestro interno, inherente al discípulo. El mayor triunfo de un verdadero maestro es volverse superfluo, ya que el maestro que nunca se vuelve superfluo no ha cumplido su misión.
Ciertas formas de yoga tergiversadas hablan de la intensa devoción que debe pagarse al gurú, como a un dios, sin embargo, ahí radica un gran error, porque donde prevalece el ingrediente emocional, la razón sucumbe.
El yoga verdadero, o mística, es la racionalidad suprema.
No comments:
Post a Comment