Los sentidos y el intelecto tienen un propósito eliminatorio o restrictivo en la vida humana y no son propiamente creativos o productivos.
Si la fuerza de la Realidad Absoluta ejerciera su impacto sobre cualquier individuo, este dejaría de existir, sucumbiendo a esa fuerza. Todo individuo, para existir, necesita una especie de válvula de retención y reducción, un dispositivo que amortigüe y suavice el choque de la Realidad Absoluta sobre él. Ninguna “existencia” comporta la plenitud del “Ser” supremo.
Este amortiguador o retenedor está formado por los sentidos y el intelecto, facultades que se interponen entre la vida del individuo y esta realidad, haciendo posible la existencia individual.
En otra comparación, esta realidad se puede equiparar con la luz incolora y los individuos con los de color esparcidos por el prisma. Cada uno de estos colores corresponde a un individuo particular o a una categoría de seres. El prisma, en este caso, actúa como la conciencia físico-mental, no permitiendo que la Realidad Absoluta la aniquile con su impacto. Es una especie de válvula de retención.
De vez en cuando aparece un hombre con la más refinada sensibilidad espiritual en que esta válvula de retención deja pasar más luz que en los individuos ordinarios; se abre más, y esta realidad se derrama sobre él. Si recibiera, de hecho, toda esta plenitud, no resistiría el impacto y se desintegraría instantáneamente.
La ciencia dice que la Tierra está rodeada por una gruesa capa atmosférica, que actúa como escudo protector contra la radiación cósmica; si el planeta careciera de esta envoltura protectora, no sería posible la vida orgánica.
Los sentidos y el intelecto funcionan como medios protectores entre el ser humano y el Infinito, haciendo posible la vida individual. Cuando uno se eleva muy alto en la “estratosfera” del éxtasis místico, es completamente impactado por la “radiación cósmica” de la Divinidad. En general, el organismo no resiste este choque a menos que haya pasado por una preparación conveniente y gradual.
Una vez, un pequeño pez le preguntó a su madre: "¿Qué es el agua y dónde puedo encontrarla?" La madre no pudo responder y ni siquiera recordaba haber visto algo así llamado agua. Pero el pececito insistió porque había oído, desde arriba, una voz que decía: “¡Pez, no salgas del agua! ¡De lo contrario, morirás!” Como la duda persistía, madre e chico decidieron navegar a nado por los océanos, preguntando a todos los filósofos de la especie qué es el agua y dónde encontrarla. Pero nadie sabía la respuesta y, hasta el día de hoy, ningún pez ha descubierto el agua. ¿Y por qué? ¡Por falta de polaridad! ¡Porque nunca vio lo contrario, lo que no es agua, porque nunca estuvo fuera del agua, y por eso no pudo descubrirla!
Si los humanos nunca hubieran experimentado la oscuridad, no habrían conocido nada de la luz. Si nunca hubieran estado en contacto con la muerte, nadie sería consciente de la vida. En otras palabras, el “sí” solo se conoce por el “no”.
La Realidad Absoluta, plenamente consciente de sí misma, vive en un estado neutral porque carece de polaridad, sin la cual no hay conciencia única. Sin embargo, es una simple ficción de la mente, el concepto de neutralidad completa. La Realidad Absoluta sólo es concebible como Dios-Creador. Y en este estado de polaridad Esencia-Existencia, Ser-Actuar, Dios es concebible como consciente.
La tesis está más allá de la antítesis y la síntesis. El Oniconsciente aparece inconsciente.
Cuanto más crece la conciencia universal en el individuo, más proporcionalmente crece también la conciencia individual; el aumento de lo universal aumenta lo individual, como los dos polos de un imán. Sólo un hombre que ha alcanzado la plenitud de su individualidad puede, de hecho, ser universalizado. Cuanto más se humaniza el hombre, más se diviniza.
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