Sunday 13 September 2020

EL MISTERIO DE LA ORACIÓN

Solo hay dos formas de rezar, la oración que pide algo, que es el peticionario, o la afirmativa, que afirma algo. Y entre estas dos formas, existe una diferencia sustancial.

La verdadera oración, enteramente pura y auténtica, no es de petición, es simplemente afirmativa; no pide nada, simplemente afirma una gran realidad.

La oración de petición es fundamentalmente egocéntrica, aunque la oración afirmativa es esencialmente teocéntrica. En esta etapa superior de experiencia espiritual, el hombre va más allá de su Yo esencial divino y se pierde en Dios; emigra del individuo profano y emigra en el gran Todo Universal. En la oración afirmativa ocurre el fenómeno de la extinción, porque en ella el hombre pierde la conciencia objetiva del ego tiránico y se diluye en la conciencia subjetiva del Creador.

En esta plenitud intensa y de ego vaciamiento total en Dios, que el místico experimenta como embriaguez divina, un hombre se identifica con la Realidad y dice en silencio: Santificado sea tu nombre ... Venga tu reino ... Hágase tu voluntad ...

Esta oración afirmativa supone una experiencia constante e inalterable de la omnipresente Realidad, que está al mismo tiempo en todas partes y que lo penetra todo, y en la dimensión de esta forma de orar, cualquier petición, por altruista que sea, sería imposible y absurda. ¿Quién preguntaría? ¿Qué pediría? Tanto la conciencia del sujeto como la noción del objeto faltan porque esta polaridad es la creación de la conciencia del yo físico-mental, que, en este nivel, no funciona.

Una vez que mi conciencia se hundió en el océano de la Conciencia Universal, ¿cómo podría ser tan degradante moralmente, tan decadente como para pedir algo? Incluso lo más cercano a mí, como mi ego, que ha dejado de existir - y con él deja de existir, lo más distante de mí, los objetos del mundo exterior.

Es, pues, evidente que el hombre inmerso en la oración afirmativa es incapaz de pedir algo a Dios, y esto no es por virtuosismo, sino por una gran comprensión y sabiduría, ya que su único deseo es la identificación creciente con la Realidad Infinita.

“Venga tu reino ...”

“Hágase tu voluntad ...”

Sin embargo, cada uno debe rezar al nivel de su conciencia en el momento, sin orgullo ni presunción. La plena realización del nivel que vive alguien es la mejor preparación para ascender a un nivel superior.

Conformidad e inconformidad: esta es la gran ley de la evolución. El hombre debe ajustarse plenamente al nivel de su evolución en este momento y, al mismo tiempo, no ajustarse para encontrar la satisfacción última en esa inconformidad. Si no se ajusta a lo que tiene, será tragado sin piedad por el medio ambiente en una lucha permanente, entrando en el estancamiento y la muerte.

La razón por la que no podemos entender cómo actúa la oración es que el entendimiento representa algo individual, unilateral, no comprensivo, mientras que la oración misma tiene que ver con el orden cósmico, con el gran Todo Universal. El entendimiento es subjetivo, no real, fragmentado; comprender, detener, abrazar de lleno es experimentar la oración en su plenitud, alcanzando la mayor etapa que es de la contemplación, donde se produce la máxima expansión de la conciencia, donde el hombre, en la cúspide de este fenómeno, alcanza el cenit de su universalidad, en plena comunión con lo Divino, en el tercer cielo, en una realidad más allá de la etapa natural del despertar de los sentidos o la mente, como lo muestran los cuadros de María Magdalena al pie de la cruz, o de San Pedro, de Guido Reni, o la escultura de santa Teresa en éxtasis, de Gian Lorenzo Bernini.

Por esta razón, el beneficio de la oración es seguro, pero la forma en que funciona es incierta y nunca lo será, según el intelecto analítico. La oración nunca será objeto de investigación o técnica científica.

El mundo de los fenómenos todavía no puede, ni podrá jamás comprender, el mundo racional de la razón intuitiva, libre de la subordinación a los instintos egoístas, a pesar de este mundo de la razón intuitiva es la que domina el mundo de los fenómenos.

A través de la oración, el hombre entra primero en sí mismo, en la Realidad; de allí lleva al mundo exterior, tomando la luz del interior y transfigurando con ella todas las cosas del mundo exterior.

Gracias a esta completa identificación con la Realidad, la oración afirmativa adquiere, o más bien recibe, una comprensión total de la Realidad, que es Sabiduría Cósmica, sabiduría que hasta esa fecha le estaba oculta.

El requisito preliminar y la condición indispensable de esta etapa superior de la experiencia no es solo la caridad, en un sentido ético, sino una reverencia y lealtad irrestrictas a todas las formas de vida. Esta afirmación constante y espontánea de todas las formas de vida, que son las irradiaciones de la Vida Universal, crea en el alma un clima de profunda paz, una ausencia total de angustias y, por ello, una alegría y dicha que solo aquellos que han sumergido en ese océano de Realidad, lo sabe.

Para el hombre identificado con la Realidad, el miedo ya no existe y no puede existir, porque el miedo presupone inferioridad, que nace de la ignorancia porque ese hombre es sabio.

Esta experiencia divina, que es el fruto maduro de la oración, hace al hombre libre y, por tanto, omnipotente.

El hombre periféricamente disperso vuelve, a través de la oración, a su centro divino, y ese sentimiento de unión con Dios le da una seguridad y una felicidad indecibles porque todo dualismo provoca inseguridad e infelicidad.

A través de la oración, el hombre se aparta del pluralismo del mundo objetivo e incierto y se acerca al monismo del mundo subjetivo y cierto. El resultado de esta salida del caos no es la monotonía, sino la armonía. Pero sólo el verdadero iniciado sabe qué es la armonía; para el profano, es solo una hermosa palabra o un ideal asombroso.

Es cierto que la oración afirmativa hace que el hombre pruebe la divinidad que le es inherente porque cruzó la frontera de su propia conciencia donde él y el Padre son los mismos. 

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