El siguiente texto es el resultado de consideraciones críticas sobre el cristianismo, en el libro NICODEMO - La Inmortalidad y El Renacimiento, organizado por el Círculo Espírita Cristiano de Lérida en España, en 1897, y que busca clasificar las desviaciones realizadas a lo largo de los siglos, en las enseñanzas de Jesús a través de la Revelación de la Doctrina de los Espíritus codificada por Allan Kardec. Este texto revela la síntesis de lo que es el verdadero cristianismo, que se representa a través del símbolo de Nicodemo (Reencarnación) y las máximas expresiones de las enseñanzas de Cristo (El Sermón del Monte). Fue escrito por D. José Amigò Y Pellícer, también autor de una recopilación, junto con su grupo de clérigos, del libro ROMA E O EVANGELHO.
Jesucristo expulsó con el látigo a los mercaderes del templo; con todo, el templo fue nuevamente invadido, ahora no por los vendedores de palomas, sino por aquellos que, haciéndose llamar herederos y continuadores de la misión con que vino al mundo el fundador del cristianismo, hicieron del Evangelio el manantial inagotable de su dominio y conquista. Amparándose en una doctrina que es toda humildad y pobreza, son, no obstante, altivos y poderosos: invocando la mansedumbre y abnegación de aquel que dio su vida por la salvación del hombre, son perseguidores y egoístas; alardeando de ser ellos los únicos autorizados intérpretes de una religión puramente espiritual y sus más fieles cumplidores, han erigido un culto rico en paramentos y ceremonias que seduce los sentidos sin, no obstante, mejorar las condiciones morales de los hombres.
Con todo, la culpa no les pertenece exclusivamente; porque no son los representantes de una institución quienes la hacen surgir y la sostienen, sino los vicios o las virtudes de las generaciones humanas en sus respectivas épocas. La humanidad tiene siempre las instituciones que merece. Un pueblo bronco e ignorante no puede ser sino un pueblo despótica y fanáticamente dirigido o gobernado: para la emancipación, tanto del cuerpo como del espíritu, ha de preceder necesariamente la cultura de la voluntad y del buen sentido. Si se quiere que una sociedad sea libre en sus manifestaciones políticas y religiosas, se hace imperioso educarla dentro de la virtud y combatir su ignorancia.
No echemos pues, a nadie, toda la culpa de nuestras miserias y errores religiosos, de los absurdos aceptados como verdades definitivas, de las sofisticaciones y abusos de que venimos siendo víctimas en nombre del Evangelio: culpemos, eso sí, al atraso moral e intelectual de nuestros antepasados, que han hecho posibles e incluso fáciles dichos errores y miserias, así como aquellas sofisticaciones y abusos; no se ha de entender con esto que debamos declarar libres de toda responsabilidad a aquellos que, convertidos en maestros y doctores de la sociedad humana, astutamente se aprovechan de su ignorancia en beneficio propio y, al mismo tiempo, se sirven de todos los medios para mantenerla en perpetua sumisión.
Los vicios y la ignorancia de los hombres dieron vida a las instituciones absorbentes y depresivas; sin embargo, pronto los representantes de esas instituciones fomentaron la ignorancia y alimentaron los vicios, para hacer eterna su dominación sobre los hombres. Solo así, mediante la imposición y la servidumbre del entendimiento, ha podido subsistir durante siglos y siglos como cristiana una institución cuyas máximas y modos de proceder constituyen la más cabal antítesis de los actos y máximas de Cristo.
Y este error subsistirá, pese a que cuantos lo conocieron e interiormente lo reprueban, lo sancionen exteriormente con su hipócrita aquiescencia; pese a que la cobardía sea la norma de conducta de los que juzgan imparcialmente; pese a que se antepongan al triunfo de la verdad la conveniencia y el interés; pese a que la justicia no tenga sino amantes platónicos que la confiesan en su alma y la niegan con sus palabras o con su vergonzoso silencio. Si todos los que conocen la mentira tuviesen el digno valor, la noble integridad de denunciarla, sus apóstoles perderían la inmerecida confianza de que gozan entre los ignorantes y fanáticos, y la emancipación de las conciencias sería otra de aquellas conquistas del progreso, indudablemente la de más fecundos y transcendentales resultados.
Este libro fue escrito como protesta contra el fraude religioso de unos, de los mercaderes del templo, y la cobardía o disimulo de otros, aquellos que se aperciben del fraude y no obstante no profieren siquiera una palabra para condenarlo públicamente, convirtiéndose así en encubridores y cómplices. Lo dedicamos a todos los hombres de recto juicio que anhelan el establecimiento de la razón como soberana de las manifestaciones del espíritu; a todos los corazones generosos que buscan en la libertad, en la santa libertad, la dignificación y prósperos destinos de los pueblos; a las conciencias honradas que sienten por toda explotación indigna la mayor repugnancia; a los apóstoles de la fraternidad universal, a los enemigos de las tinieblas, a los sedientos de justicia; en una palabra, a todos los hombres de buena voluntad, de sacrificio y abnegación por el progreso.
Nuestra bandera es el racionalismo cristiano. Hemos alzado esta bandera con la publicación de ROMA Y EL EVANGELIO, obra que ha merecido del público la más favorable acogida y del clero católico la más honrosa condenación; y continúa enarbolada con la publicación de NICODEMO, escrito desde el mismo punto de vista e igual criterio religioso de ROMA Y EL EVANGELIO. Somos racionalistas, porque la razón es el atributo de la naturaleza humana por la cual estamos hechos a semejanza de la inteligencia universal; y somos cristianos, porque en las enseñanzas de Jesús hemos venido bebiendo la fuente perenne de la salvación de las almas y la más perfecta concordancia entre sus máximas y las de la razón independiente.
El cristianismo no es Pedro en el siglo primero de la Iglesia, ni mucho menos Víctor en el segundo siglo, ni Marcelino en el tercero, ni Siricio en el cuarto, ni León en el quinto, ni Juan II en el sexto, ni Sabiniano en el Séptimo, ni Esteban IV en el octavo, ni Nicolás I, ni Juan VIII, ni Formoso, ni Bonifacio VI, ni Esteban VII, ni Cristóbal I, ni Sergio, ni Juan XXII, ni Alejandro VI.
El cristianismo es el Sermón del Monte, es la humildad, es el perdón, es la justicia, es el sacrificio por el prójimo, es el sublime episodio de la cruz, es Jesucristo extendiendo sus brazos llenos de amor a toda la humanidad, redimida por la adoración y la fraternidad universal. El cristianismo no es un hombre, sino una idea; no es la jerarquía, sino la igualdad espiritual, que depone de sus cátedras a los soberbios y ensalza a los humildes. El cristianismo es el Verbo divino revelado, es la moral eterna, es el ideal perfecto de caridad, es la redención por los actos y sentimientos, es la ley del progreso, que la humanidad entera habrá de llevar a cabo en la conquista de la celestial Jerusalén. Así es como entendemos nosotros el cristianismo.
Encontraremos enfrentados a nosotros a todos los traficantes religiosos, los que han convertido el templo en casa de comercio, a los levitas, a los fariseos, a los acaparadores de las cosas santas, a los que se jactan de poseer, como dioses, la verdad infalible, y de ser ellos sus únicos depositarios en la Tierra. Encontraremos también enfrentada a nosotros a la Iglesia oficial con todo su inmenso poder aún incontestable. Combatimos sus errores y sus abusos: sus ministros difaman nuestras doctrinas, las doctrinas de nuestra escuela, calumniándolas y persiguiéndonos hasta la muerte. Las condiciones de la lucha les son más favorables; no obstante, sin cualquier sombra de duda, su derrota es cierta, porque su razón consiste en la fuerza, pero los tiempos del triunfo de la justicia ya se acercan.
Como racionalistas, venimos a batallar contra los opresores de la razón humana y por la libertad del pensamiento: como cristianos venimos a denunciar los vicios de que padece el cristianismo oficial y su impotencia para saciar la sed de los espíritus y regenerar las sociedades.
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1)- Según el traductor portugués, ROMA Y EL EVANGELIO habla a la razón y al corazón - y afirma de manera sentida y vibrante que solo alguien obsesionado con el sistema eclesiástico o por fanatismo puede rechazar la luz y la verdad que revolotean en cada uno de sus páginas.
En Lérida, algunos espíritus deseosos de saber si es grave o ridículo -si es verdadero o falso- que bajo el título de Espiritismo se difunde por el mundo y se arraiga en la Humanidad, acordaron estudiar y examinar por sí mismos los principios esenciales que constituyen los cimientos y el estandarte de la nueva doctrina, cuya aparición se debió a hechos extraordinarios ocurridos simultáneamente en diversos puntos del planeta.
Se dice que quienes compilaron el libro fueron sacerdotes eruditos que, como no pudieron conciliar la estrechez de la doctrina romana con la amplitud de los hechos trazados por Dios, sintieron que algo humano necesitaba ser eliminado y que el Espiritismo tal vez debería ser el instrumento de tal depuración.
ROMA Y EL EVANGELIO es un libro precioso, por las enseñanzas que da y el ejemplo que presenta: de ser sacerdotes sus autores, rompiendo con el fanatismo que proclama la absurda “fe pasiva” - y tomar posesión, en nombre de la ley suprema del libre albedrío, de la “fe razonada”, la única que puede agradar a la Omnisciencia, que no dio razón al espíritu para ser un instrumento inútil en la obra de su perfeccionamiento, que es toda la ley de su evolución. ¡Y estos sacerdotes, ante la presión que sufrieron por no cumplir con el protocolo de la iglesia, terminaron siendo apartados de sus actividades!
Y esta exclusión también afectó a Huberto Rohden, quien, después de ser miembro del clero durante 25 años como sacerdote jesuita, y debido a su deber de conciencia de estar enarbolando la bandera luminosa del Evangelio de Jesús y no el color nebuloso del Estandarte del evangelio del clero, decidió apartarse de él en 1944. Luego se traslada a la escena religiosa, teológica y educativa como libre pensador. Durante el período del clero y más allá, escribió casi 100 obras publicadas, muchas de las cuales fueron el vector para que el clero oficial las vetara.
Rohden, en uno de sus libros, escribió que, si el clero romano tuviera la humildad y la sinceridad para comprender y aceptar que la verdadera fuerza del cristianismo no está en ciertas prácticas litúrgicas, que se ha introducido en la iglesia a lo largo de los siglos, sino en la total asimilación en el espíritu de Jesús, como brilla en el Evangelio, es inevitable que el catolicismo éticamente impotente de nuestros días vuelva al catolicismo poderoso que fue en los primeros siglos. Sin embargo, entre la debilidad del catolicismo romano y la fuerza del catolicismo cristiano, hay un gran abismo. Para construir un puente sobre este abismo, la jerarquía romana debe abandonar sus tendencias políticas y diplomáticas y ocuparse de los propios intereses éticos y espirituales de sus seguidores. Después, sustituir la teología de sus sacerdotes por el Evangelio de Cristo, ya que la fuerza regeneradora del individuo y la sociedad está en la palabra de Dios y no en las especulaciones de los hombres.
En otros escritos, hace referencia al mismo tema, en la declaración de importantes personalidades sobre el evangelio del clero, contrario al evangelio de Jesús, como Friedrich W. Nietzsche, considerado uno de los filósofos occidentales más importantes del siglo XIX, quien afirmó que, si Cristo regresara al mundo en nuestros días, la primera declaración que haría al mundo cristiano sería esta: “Pueblos cristianos, sepan que no soy cristiano”.
Albert Schweitzer, hijo de un ministro evangélico, escribió: “Inyectamos a los hombres con el suero de nuestra teología, y quien está vacunado con nuestro cristianismo está inmunizado contra el espíritu de Cristo”.
Mahatma Gandhi dio la siguiente respuesta a todos los misioneros cristianos que querían convertirlo al cristianismo: “Acepto a Cristo y su Evangelio, pero no acepto tu cristianismo”.
Abraham Lincoln, famoso presidente de los Estados Unidos, nunca se unió a ninguna de las muchas iglesias cristianas en ese país porque estaba esperando la iglesia de Cristo.
En el año 33, Jesús fue traicionado y condenado a muerte por el beso de uno de sus discípulos - pero muchos desconocen que Jesús, en el año 313, fue asesinado por el beso de otro discípulo, el primer emperador cristiano Constantino el Grande. El beso de Judas mató el cuerpo de Jesús; el beso de Constantino mató el espíritu de Cristo.
El beso con el que Constantino traicionó el espíritu de Cristo fue el Edicto de Milán, en el año 313, que reconoció el cristianismo y puso fin a tres siglos de persecución - pero con este beneficio, preludio siglos de males de la traición, invitando a los discípulos de Jesús a integrarse en la organización del Imperio Romano. Hizo del cristianismo la religión oficial del estado y la defendió a través de las armas, la política y el dinero: armas para matar enemigos, política para engañar a los amigos, dinero para comprar y vender conciencias.
Y esta mentalidad y estos vicios prevalecen hoy en todos los sectores de las diferentes iglesias llamadas cristianas, que se resisten a comprender las verdades proclamadas por Jesús, que cobardemente creen representar.
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