La Divinidad se ha revelado en todo momento de la historia humana, no sólo a través de la Naturaleza, sino también a través de hombres de idoneidad única y receptivos a estas revelaciones.
De algunos, la humanidad tiene tradiciones antiguas conservadas y transmitidas por escrito de generación en generación hasta nuestros días. Así, en la India, se originó el Bhagavad Gita, que se remonta a los Vedas, unos 5.000 años antes de la era cristiana. En China, 600 años antes de Cristo Jesús, apareció el Tao Te Ching de Lao-Tse. Estos libros, más las Cuatro Nobles Verdades de Gautama Siddhartha el Buda, guían la vida espiritual de casi toda Asia.
Hace más de 2000 años, el mensaje de Jesús apareció en el Medio Oriente, registrado por cuatro de sus discípulos bajo el nombre del Evangelio, que es el principal libro de guía espiritual del Occidente cristiano.
En el siglo XX, se descubrió en Egipto el Quinto Evangelio del Apóstol Tomás, que se refiere a las palabras secretas de Jesús.
Estos mensajes, pequeños en cantidad, inmensos en calidad, representan el alma de la humanidad durante varios milenios.
El Evangelio de Jesús gira enteramente en torno a dos puntos fundamentales: la experiencia mística del primer mandamiento y la vivencia ética del segundo; mandamientos que representan la estructura de toda la ley y los profetas. Estos dos polos fundamentales del Evangelio se denominan, en el lenguaje actual, autoconocimiento y autorrealización.
“Conocerás la Verdad, y la Verdad te hará libre”: estas palabras proféticas de Jesús son la quintaesencia de su mensaje. La experiencia mística del autoconocimiento y su desborde en la vivencia ética de la autorrealización representan el alfa y omega del Evangelio, coincidiendo sustancialmente con el anuncio de todos los grandes Maestros espirituales de la humanidad.
Comprender y vivir este mensaje es comprenderse y realizarse, es cumplir el destino terrenal y alcanzar la felicidad.
Y el Evangelio es la buena noticia, el mensaje positivo que anunció Jesús y que en un principio fue revelado oralmente por los apóstoles; más tarde, apareció por escrito para ampliar y profundizar en el alma de los fieles el conocimiento de las verdades reveladas.
Cuatro de estos documentos fueron recibidos en el canon del Nuevo Testamento y contienen los evangelios según Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Muchos cristianos del primer siglo registraron la vida y obra de Jesús por escrito. Aun así, la Iglesia solo reconoció como canónicos los cuatro evangelios conocidos hoy, no por negar la historicidad de las otras narrativas, sino por tener solo estos cuatro a su favor, como pruebas suficientes para dar fe de su inspiración divina. Como esas cuatro corrientes de agua que regaron el paraíso terrenal así, las cuatro fuentes cristalinas de los evangelios fertilizan el Edén del nuevo pacto, la Iglesia de Dios. Poniendo en correlación con los evangelistas la gran visión de Ezequiel sobre los cuatro seres vivientes, atribuyendo a Mateo el símbolo del hombre, Marcos el león, Lucas el toro y Juan el águila.1
Los títulos de los evangelios no provienen de los evangelistas, ya que, en el pasado, las obras históricas no solían presentarse con el nombre del autor. Sin embargo, se remontan a la época apostólica, tanto es así que el autor del Fragmento Muratorio del siglo II, que es una copia de la lista más antigua conocida de los libros del Nuevo Testamento, así como San Ireneo y Clemente de Alejandría.
Aunque literariamente autónomos e independientes, los primeros tres evangelios presentan, sin embargo, un notable acuerdo en términos de contenido y exposición. Para resaltar mejor esta armonía, se trazó un paralelismo entre estos tres textos evangélicos, que resultó en una apasionante sinopsis, siendo estos escritos los llamados Evangelios Sinópticos y sus autores: los Sinópticos.
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1) - Los llamados Cuatro Ríos del Paraíso serían cuatro brazos de ríos de una fuente que nació en el Edén y que, según la Biblia, eran el Tigris, el Éufrates, el Gihon y el Phison.
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