Con la superación definitiva del ego por parte del Yo, aparecerá el hombre integral, el hombre que, en el Génesis, es llamado “imagen y semejanza de Dios”. En contraste, el hombre parcial es sólo el “aliento de Dios”, que puede ser tan derrotado o victorioso sobre el “silbido de la serpiente”.
Aunque continúa incesantemente en la lucha inseparable de la evolución ascendente, el hombre integral siempre sale victorioso y nunca es derrotado por el hombre parcial. En él habita toda la plenitud de Dios.
Todo el propósito de la existencia del hombre consiste en este itinerario evolutivo de hacer al hombre hacia la perfección, hacia un hombre perfecto, plenamente realizado.
Este hombre no profesa ninguna religión, pero es profundamente religioso porque ve un Poder Supremo en todas las cosas del Universo; como dice Einstein: puede que no sea un Cristo, pero es un hombre Cristo-cósmico.
Este hombre no es bueno para merecer el cielo, ni para temer al infierno, sino porque se dio cuenta en sí mismo de su naturaleza, ese Reino de los Cielos, que está en cada ser humano como un “tesoro escondido”, como una “luz debajo del candelero”, como una “perla preciosa”.
No espera llegar a su fin y estancarse, pero sabe que está al final del viaje en cualquier etapa del mismo porque está en la dirección correcta, que es su vida eterna.
El itinerario evolutivo del hombre integral es una sinfonía inconclusa. Según un maestro ilustrado, “el gran desafío del hombre contemporáneo es su autodescubrimiento. No solo la identificación de sus necesidades, sino principalmente su realidad emocional, sus legítimas aspiraciones y reacciones ante los sucesos cotidianos, y, a través de la profundización de los descubrimientos íntimos, la escala de valores cambia y surgen nuevos significados para su lucha, lo que contribuye a la tranquilidad y la confianza en uno mismo”.
El hombre integral no es ni politeísta ni monoteísta, sino puro monista porque sabe que Dios es aquel “en el que vive, se mueve y tiene su existencia”; su catedral está en cada criatura, y su altar está en su propio corazón.
El hombre integral sabe que Dios y el diablo, el cielo y el infierno, son factores de su conciencia, positivos o negativos, que puede perpetuar o aniquilar por la fuerza creadora de su libre albedrío.
El hombre integral no espera la salvación después de la muerte, sino que se da cuenta del cielo en toda su vida. Su religiosidad no consiste en dogmas, sacramentos, rituales, iglesias, sino en la conciencia mística de la paternidad única de Dios que desborda en la experiencia ética de la fraternidad universal de los hombres.
Respeta todas las creencias porque sabe que son un mal necesario para guiar a los viajeros novatos por los complejos caminos del viaje.
El hombre integral sabe que sin resistencia no hay evolución. Por eso se alegra de todos los obstáculos en su peregrinaje, en el preludio de su resurrección y autorrealización.
En una visión cosmorâmica, el hombre integral engloba todos los libros sagrados, desde el Génesis, pasando por el Evangelio, hasta el Apocalipsis. Sabe que la creación de la humanidad no fue un trágico fracaso de la Deidad, sino un vasto panorama de altibajos, de luces y sombras, de victorias y caídas, porque la autorrealización de un solo hombre es la maravilla más estupenda que todos los logros del Universo. Sabe que el hombre fue creado imperfecto, pero en el camino a la perfección y perfeccionarse más de lo que fue creado.
El hombre integral sabe que, en su vida terrena, debe forjar las armas que lo conducirán victorioso a través de los campos de batalla de otros mundos en perpetua evolución ascendente. Sabe que la existencia humana es vida tras vida, día tras día, cuyo intersticio nocturno es llamado “muerte” por los viajeros novatos y aún ignorantes.
El hombre integral sabe que alguien ya completó plenamente este itinerario evolutivo y encendió faros en playas lejanas para guiar a los peregrinos humanos en su travesía nocturna. Sabe que la vida terrestre no vale los hechos que descubre fuera de sí mismo, sino los valores que realiza dentro de su ser y que esta autoestima es el destino supremo y la vida eterna de todo hombre.
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