Se han escrito innumerables libros sobre Cristo.
A Cristo se le ha
jurado amor sin medida.
Y, sin embargo,
eternamente enigmático es el motivo de esta fascinación por Cristo.
¿Y cuál es el
motivo de esta fascinación?
Todo hombre es
inconscientemente lo que el Cristo es conscientemente y lo que potencialmente
es.
La fascinación que
uno siente ante Cristo es la visión del Yo humano si se realizara plenamente.
Ese Yo del Cristo
interior, siempre realizable y siempre realizando, y nunca realizado.
El ego humano es
fascinante comparado con la visión distante del Yo crístico, así como es
fascinante la planta dormida en la semilla.
El hombre siente el
impulso de ser explícitamente lo que es sólo implícitamente, al igual que
contempla su “aliento divino” embrionario en la edad adulta de “imagen y
semejanza de Dios”. Vislumbrando lo que podría ser y lo que todavía no es.
“En verdad, les digo
que el que crea en mí hará las obras que yo he estado haciendo, y cosas aún
mayores que estas”.
¡Palabras
fascinantes!
Suenan como campanas
en costas lejanas.
Como invitaciones a
una solemnidad trascendental.
Como el amor mezclado
con el dolor.
Como un amanecer de
luz en un entorno oscuro.
El amor de Cristo es
el amor propio en otra dimensión.
Es amar al Cristo
interior en el Cristo eterno.
Todo amor propio, que
parece amor externo, es amor Divino.
Ahora uno vislumbra
en un espejo y enigma lo que se espera encontrar cara a cara.
La verdadera
fascinación de Cristo es una auto fascinación en la potencia más pequeña.
Es una respuesta a la eterna pregunta: ¿Qué es el hombre?
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