¿Cuál es el significado de la vida humana, la razón de su existencia?
Conociendo la
verdad última de la realidad espiritual, todos los genios humanos responden de
la misma manera: el sentido de la vida es la autorrealización del hombre. Y
esta realización presupone, sobre todo, el conocimiento de la verdadera
naturaleza del hombre.
Aproximadamente
seis siglos antes de la era cristiana, nacido en las estribaciones del
Himalaya, vivía un príncipe real llamado Siddhartha Gautama. Poco después de su
matrimonio, abandonó clandestinamente su hogar. Deambuló durante 16 años por
las regiones de la India, en meditación y ayuno, en un intento por descubrir
una respuesta definitiva al misterio del sufrimiento humano después de
encontrar tanta miseria y sufrimiento a lo largo de su sendero.
Durante esta
peregrinación, incluso a través de los bosques locales, vio que los animales
salvajes no sufrían, y ¿por qué debería el hombre, la llamada corona de la
creación, vivir en tal sufrimiento? Un día, sentado bajo la sombra de un árbol,
en profunda meditación, seguido por algunos que lo acompañaban, se despertó de
su prolongado éxtasis y pronunció cuatro palabras, y los que lo rodeaban
exclamaron: ¡Buda! ¡Buda! es decir: despertó, despertó.
Hasta entonces,
Buda, ese peregrino real, había dormido el sueño de la ilusión sobre sí mismo
durante toda su vida, identificándose con su ego mental; de repente se despertó
a la vigilia de la verdad liberadora.
Lo que dijo Buda,
después de despertar a la luz de la verdad, fueron las siguientes palabras,
que, según sus seguidores, representan las “Cuatro Nobles Verdades de Buda”:
1)- La vida humana
es esencialmente sufrimiento.
2)- La causa de
este sufrimiento es la ilusión en la que el hombre vive de sí mismo.
3)- Con la
transformación de la ilusión en verdad, la culpa y el sufrimiento terminan.
4)- El paso para
conocer esta verdad es la meditación profunda sobre uno mismo.
Es decir: la
verdad del sufrimiento, la verdad de la causa del sufrimiento, la verdad del
fin del sufrimiento y la verdad del sendero que conduce al fin del sufrimiento.
Aproximadamente
mil años antes de Buda, Moisés, en otras palabras, dijo estas mismas verdades:
“Maldita sea la Tierra por tu culpa”, que es lo que Adán escuchó del Dios
viviente. Adán, identificado con su ego ilusorio, se desvió de la verdad
liberadora sobre su verdadera naturaleza, lo que provocó su expulsión del
paraíso y el inicio del sufrimiento.
Y unos mil
quinientos años después de Moisés y seiscientos años después de Buda apareció
el mayor genio cósmico conocido por la humanidad consciente de la verdad: Jesús
de Nazaret, quien cristalizó en una parábola esta misma verdad: que el hombre
que vive y actúa en ilusión sobre él mismo es un “sirviente malo y perezoso” y
pierde incluso su naturaleza humana. En cambio, el hombre que conoce y vive la
verdad sobre sí mismo es un “siervo bueno y fiel” que entra en el goce de esa
verdad.
Esta verdad
cósmica se puede traducir en las siguientes palabras: quien puede, debe y quien
puede y debe y no actúa, crea deuda - toda deuda engendra sufrimiento.
Cuando las Leyes
Cósmicas dan a una criatura una potencialidad, esperan la dinamización de esa
potencialidad. Si un hombre hace lo que puede y debe, se realiza a sí mismo,
realiza su plenitud existencial. Sin embargo, cuando un hombre no hace lo que
puede y debe hacer, sucumbe a su frustración existencial.
Siendo el hombre
esencialmente su Ser racional (espiritual), puede y debe realizar este Ser
divino, este Logos suyo; esta es su realización existencial, que las Leyes
Cósmicas esperan de él. El hombre es, potencialmente, el “soplo de Dios”, dice
el Génesis, que puede y debe ser dinamizado a “imagen y semejanza de Dios”;
esta realización es la razón de su existencia. El hombre está dotado del poder
del libre albedrío, porque no hay evolución sin resistencia. Por esta razón,
las Leyes Cósmicas crearon en el hombre el ego mental, al que el Génesis llama
la serpiente, que debe manifestarse y ser superado para que el hombre pueda
realizarse plenamente por el poder de su libre albedrío. Dios creó al hombre lo
menos posible (aliento divino); creó al hombre a camino de la perfección, para
que el hombre pueda ser lo más creativo posible (imagen y semejanza de Dios) en
el estado de hombre perfecto.
Mientras el hombre
no dinamiza su potencial, está sujeto al sufrimiento porque no hace lo que
puede y debe, volviéndose deudor y culpable, provocando su sufrimiento.
Hasta el día de
hoy, casi toda la humanidad es culpable porque no se realiza en la verdad,
sufre porque es condenable y en deuda con las eternas Leyes de Justicia
Cósmica, y siempre sufrirá, mientras no esté quite con estos compromisos.
Mientras el siervo
no duplique los talentos recibidos (las potencialidades que recibió de Dios),
permanece in deuda y sufriendo, pues las Leyes Cósmicas no distribuye
potencialidades al azar. Sin embargo, exige que el hombre duplique con su
esfuerzo lo que recibió; el que devuelve lo que ha aceptado es un sirviente
inútil, mezquino y perezoso.
El hombre que solo
desarrolla su ego mental, no su Yo racional (espiritual), vive en la
frustración existencial y no puede evitar el sufrimiento, porque está endeudado
y es culpable de su incumplimiento existencial.
En los últimos
tiempos, la medicina ha logrado aumentar la longevidad de la vida humana a
través de las drogas, pero no ha reducido el sufrimiento porque esta longevidad
artificial es una extensión de la agonía del hombre, que sigue siendo el
culpable.
Mientras el hombre
no se realice, no dejará de sufrir, a pesar de todos los paliativos y
camuflajes de la medicina. Sólo la realización existencial puede poner fin al
sufrimiento compulsivo del hombre.
Después de dejar
de ser deudor y culpable, el hombre puede continuar sufriendo durante algún
tiempo por sus deudas pasadas, o incluso por la culpa de sus compañeros
deudores. Solo cuando toda la humanidad esté libre de culpa, el sufrimiento ya
no será obligatorio.
El sufrimiento de
las deudas de uno es lamentable, pero el sufrimiento de las deudas de los demás
es glorioso.
Solo los grandes
avatares de la humanidad, libres del sufrimiento compulsivo, pueden sufrir
voluntariamente, porque saben que sin resistencia no hay evolución, y están
deseosos de evolución futura y autorrealización.
Cristo Jesús fue
uno de esos hombres, porque no sufrió por su propia deuda, ni por los demás,
sino “para entrar en su gloria”. Su sufrimiento voluntario fue de crédito, al
servicio de su evolución superior, no sufrimiento de deuda.
Sólo la nueva
humanidad, liberada del sufrimiento, iniciará la gloriosa humanidad de los
avatares, de los que Cristo Jesús fue el precursor.
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