Thursday 23 September 2021

DE LA CREENCIA A LA EXPERIENCIA

El período de tener fe en Dios, en la inmortalidad, en Cristo, en el mundo espiritual, prevaleció en los primeros tres siglos de la cristiandad. Y hasta el final de la Edad Media, en teoría, se mantuvo esta creencia. Pero al final de este período, gran parte de la cristiandad y la sociedad occidental lo abandonaron, y con el inicio del Renacimiento, muchos proclamaron a las ciencias como el elixir de la felicidad. La creencia, que es un acto de buena voluntad, ha sido reemplazada por la ciencia, que es un acto de la inteligencia.

Hoy, sin embargo, después de más de cinco siglos del Renacimiento, y en el apogeo de la ciencia, algunos seres humanos están comenzando la tercera etapa de su evolución ascendente más allá de la creencia y la ciencia, hacia la experiencia de Dios y el mundo invisible. Si la fe fue un acto de buena voluntad y la ciencia un acto de inteligencia, la experiencia de Dios es el despertar de la razón, del Logos, de Cristo.

La creencia corresponde a la infancia espiritual.

La ciencia es de la adolescencia espiritual.

La razón es la madurez… ¡la experiencia de Dios!

La gran mayoría de los humanos todavía se encuentran en el nivel de creencias, o en un estado de infancia espiritual, donde la única actitud es creer en Dios y vagamente en los asuntos del alma, y es poco probable que en poco tiempo pueda haber seres humanos que pueden superar la etapa de la creencia, pues que la evolución en este sentido avanza a pasos cortos durante largos períodos de tiempo. Para los seres humanos de hoy, la fe sigue siendo necesaria porque es un freno disciplinario para contener al hombre dentro de ciertos límites de moral y ética. Solo una pequeña parte logró superar la creencia basada en los testimonios de otros y entrar en la experiencia de Dios y el mundo espiritual.

Aquellos que pierden la fe sin adquirir la experiencia de Dios fácilmente caen en la incredulidad.

Estas pequeñas partes de los humanos saben que esta experiencia del mundo superior no es un acto pasajero, sino una actitud permanente, una apertura o receptividad al mundo superior. Para tener la experiencia de la realidad invisible, el hombre debe ser invadido por el alma del Universo, que es el Creador.

Y para que suceda esta invasión cósmica, el hombre debe ofrecer al invasor canales abiertos, porque solo el hombre receptivo puede ser invadido por esta alma. Esta disponibilidad cósmica del hombre consiste en un vaciamiento total del ego, que, según leyes infalibles, es el preludio de la plenitud del Cosmos, que ciertas teologías llaman “gracia”.

La verdadera meditación es idéntica a este vaciamiento del ego. Y en el lenguaje de los Maestros, es una muerte voluntaria del ego, después de la cual el Cristo, o el Reino de Dios, nace en el alma.

Durante este vaciamiento del ego, el hombre ignora totalmente su personalidad humana y se vuelve perfectamente consciente de su individualidad divina. Es un estado 100% consciente y 0% pensante. Los Maestros de la vida espiritual son unánimes en exigir este vaciamiento del ego, para que el reino de Dios pueda nacer en el hombre: “Si el grano de trigo (ego) no muere, se volverá estéril; pero si muere, dará mucho fruto”. “Muero todos los días y por eso vivo; pero ya no soy yo (ego) el que vive, es el Cristo (el Yo esencial divino) quien vive en mí”.

Después de la muerte del ego y el nacimiento del Cristo interior, el hombre tiene una experiencia directa e inmediata de Dios, de su alma potencialmente inmortal y ahora dinámicamente inmortalizada. Ya no es consciente, sino un experimentado o sapiente. Esta experiencia genera una certeza absoluta de Dios y de la inmortalidad, certeza que transforma todo el individuo y la vida social del hombre.

Puede haber un posible regreso de la creencia a la incredulidad, pero de la experiencia no hay regreso a la inexperiencia.

La certeza del verdadero iniciado no proviene de la fe, menos aún de la ciencia, sino de la experiencia. El hombre, que no tiene experiencia de Dios y la inmortalidad, no se ha dado cuenta del destino de su existencia.

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