Wednesday 8 September 2021

EL IMPERATIVO BIOÉTICO

La necesidad de una apreciación más profunda de la conducta humana con sus semejantes y con otros seres vivos de la naturaleza, dio más énfasis, a través del teólogo y filósofo alemán Fritz Jahr, en 1927; el concepto de ética con la vida, es decir, bioética: una reflexión moral, ética y filosófica sobre la conducta y los criterios entre las relaciones humanas entre sí y con los no humanos.

Es bien sabido que el hombre ha ido amenazando paulatinamente la vida de otros seres, algunos ya extintos, otros al borde de la extinción, incluido el desequilibrio ecológico provocado por la introducción de especies donde antes no existían. El hombre, por tanto, pone en riesgo su propia supervivencia, ya que el planeta sobrevive a través de asociaciones recíprocas, armoniosas e interdependientes, donde la falta de una afecta en gran medida la existencia del otro.

La reciente advertencia sobre la posible extinción de los rinocerontes blancos, solo por dar un ejemplo, viene a dar fe de lo lejos que estamos del respeto y la integridad que se debe brindar a los demás seres. La raíz profunda de este evento no consiste solo en las acciones aisladas de algunos que constantemente apuntaban a los cuernos de esta magnífica criatura; es sobre todo la ignorancia, unida a la situación social de las personas necesitadas que viven en las cercanías de estos animales africanos, que están bajo el dominio de gobiernos arrogantes y extremadamente corruptos, el fetiche y la mistificación, la sed de ganancias fáciles y todos las demás mezquinas aspiraciones humanas.

Esta situación desafía la conciencia de los pocos que defienden el “Imperativo Bioético”, es decir, la reverencia por cualquier tipo de vida en el planeta. Desde la ciencia, al demostrar que estos cuernos, desde el punto de vista biológico, tienen las mismas propiedades que se encuentran en las uñas, picos y cuernos de cualquier otro ser vivo, y que no tiene absolutamente nada que ver con posibles propiedades afrodisíacas que tanto excitan la libido de los mercados de consumidores asiáticos, y con la misma ilusión, diezmaron poblaciones de tiburones para el consumo de sus aletas por las mismas pseudo propiedades, o los huesos del imponente tigre asiático.

Se trata en definitiva de un problema de la etapa evolutiva de la llamada civilización de todos los tiempos, pues se presume que, en la actualidad, el ser humano ya había superado los lazos y grilletes que tanto retrasan su avance hacia un futuro donde todo y todos puedan vivir en armonía. El ser humano siempre se enfrenta a los conceptos de moral y ética y, sin embargo, está cada vez más distante en la construcción y establecimiento concreto de estos valores.

Albert Schweitzer, uno de los mayores genios humanos del siglo XX, afirmó que “la ética consiste en la responsabilidad con todo lo que vive, responsabilidad tan magnificada que no tiene límites”, ya que cada ser, por “insignificante” que sea, está provisto con responsabilidades que afectan benéficamente a todas las vidas, en esta dinámica simbiosis que aún abunda en este planeta, pero cuyo equilibrio se ha visto afectado paulatinamente por la intervención humana.

Schweitzer vivió su vida bajo el criterio de la reverencia por la vida; por la noche mientras se relajaba, estudiaba o tocaba las canciones de Bach en el piano bajo el calor y la humedad en Lambaréné, Gabón, dejaba las puertas y ventanas de su residencia cerradas, para que ¡no entren los insectos y quemen sus alas en la lámpara caliente!

Esto es reverencia por la vida que habita, que es parte de la conciencia del hombre integral, porque el hombre inconsciente vive en la ignorancia y la soberbia, porque hay una gran afinidad entre estos dos atributos, pues cuanto más ignorante es, más arrogante él se convierte.

En uno de sus discursos, Schweitzer advirtió sabiamente que: “El hombre solo será verdaderamente ético cuando cumpla con la obligación de ayudar a todos los tipos de vida a los que pueda dirigirse y cuando evite causar daño a cualquier ser vivo. No preguntará por qué esta o aquella vida merece su simpatía, por valiosa, ni le interesará saber si, y en qué medida, esta vida sigue siendo susceptible a los sentimientos. La vida como tal le será santa”.

 

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