Tuesday 24 November 2020

¿EL CUERPO DE JESÚS ERA MATERIAL?

Era tanto material como astral – si por astral entendemos un estado de pura energía.

La ciencia de hoy ya no admite la diferencia esencial entre material y astral, ya que ahora es altamente monista o unitaria: los elementos naturales de la química en la Tabla Periódica de los cuales se forman todas las cosas, son fundamentalmente luz, luz cósmica, invisible.

La luz es la más alta vibración del universo conocido. Cuando la luz cósmica disminuye de vibración aparece la luz visible de las estrellas y los soles. Cuando la luz continúa disminuyendo de vibración aparece la energía (astral). Y cuando la energía se vuelve más pasiva o inactiva (congelándose), aparece la materia perceptible.

Según la ciencia de hoy, la luz cósmica es la más alta forma de la sustancia, y la materia es el estado más bajo.

Cuanto mayor es la vibración tanto más real es una cosa – y cuanto menor la vibración tanto menos real es.

La sustancia menos real que la ciencia conoce es la materia, la sustancia más real es la luz.

Lo que es poco real es visible, audible, tangible – lo que es muy real es imperceptible.

Un espíritu de alta potencia como el de Cristo tiene el poder de modificar la vibración conforme su conveniencia. Cuando Cristo encarnó en la persona de Jesús se revistió de un cuerpo material con el propósito de ser visto, oído, tocado por los hombres.

De vez en cuando eximía su cuerpo de las leyes de la visibilidad y de la gravedad; andaba sobre las aguas y fluctuaba en el aire eximido de la gravedad; se hacía invisible cuando lo juzgaba conveniente.

Ese estado sin gravedad y visibilidad puede ser llamado cuerpo astral, energético o bioplásmico, cuerpo que irradia energía.

La diferencia entre luz, energía, materia no es de esencia sino de grado.

Después de la resurrección Jesús desmaterializaba su cuerpo haciéndolo insensible e invisible. Solo de vez en cuando lo hacía visible para que pudiera ser visto, oído y tocado por sus discípulos.

En la ascensión, Jesús hizo su cuerpo permanentemente invisible, totalmente lucificado en su gloria. En el día de Pentecostés, Jesús cristificado se reveló a los 120 discípulos del cenáculo a través de fenómenos perceptibles de luz; ese estado se llama de carismático; la palabra griega charis y charisma significa gracia, belleza, fuerza e indica una síntesis maravillosa de la materia y la luz como armonía entre lo visible y lo invisible.

En esa forma carismática, Jesús apareció en la gloriosa mañana de Pentecostés, diez días después de su ascensión, probablemente el 30 de mayo del año 33, donde desató el Ser divino de los 120 discípulos después de una larga incubación de tres años y una introspección intensa de 9 días de silencio y meditación. Esa metamorfosis de ellos fue un estado permanente de conciencia y de vivencia del Cristo interno.

Esa comunión del Cristo carismático, presagiada simbólicamente por el Jesús eucarístico en la Última Cena, fue el cierto nacimiento de Cristo y el inicio del cristianismo auténtico, la alborada del reino de Dios en la Tierra.

La cristiandad celebra, hace poco más de dos milenios, el nacimiento de Jesús en Belén y la Eucaristía de Jesús en Jerusalén, pero aún no ha comprendido el nacimiento de Cristo y la comunión del Cristo carismático que tuvo lugar el domingo de Pentecostés, cuando llenó de Verdad y de gracia sus verdaderos mensajeros. Algún día, quizás en milenios, la nueva humanidad centrará su liturgia y celebraciones en torno del nacimiento y la comunión del carismático Cristo.

Y habrá un nuevo cielo y una nueva tierra.

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