Monday 7 June 2021

CÓMO MANTENER LA CONCIENCIA ESPIRITUAL EN EL MUNDO MATERIAL

Todo ser humano, consciente o inconscientemente, voluntariamente o no, tarde o temprano descubre en esencia la verdad de que es parte de algo trascendente, que aparentemente es la única criatura con la habilidad superior de reflexionar sobre sí mismo, de su origen, incluso conectarse con alguna creencia que de alguna manera puede aliviar sus dramas y dilemas de existencia, y que eventualmente descubre su lado espiritual, que es una parte integral de su memoria astral. Pero el mayor problema en la vida humana no es exactamente el contacto consciente con el mundo espiritual. El problema es cómo mantener viva la conciencia espiritual en medio de las materialidades del mundo cotidiano.

Después de establecer un contacto consciente con el Yo divino, el hombre debe regresar a su vida normal, en todos los campos, trabajando en cualquier sector honesto de la vida, a menos que su misión peculiar sea diferente.

Este retorno, sin embargo, es meramente externo, funcional; internamente, vivencialmente, el hombre sigue viviendo en el “reino de los cielos”, en su conciencia crística, reflejada en la famosa frase de la sabiduría de Jesús: “El Padre y yo somos uno”.

Mahatma Gandhi, cuando fue invitado a aislarse en una cueva para mantener su espiritualidad, respondió que tenía esta cueva sagrada dentro de él. Todo hombre debe tener su cielo portátil dentro de él, incluso en medio del mundo profano. Su alma debe ser una Virgen Vestal para alimentar el fuego sagrado en el altar de la Divinidad.

Para que el retorno al mundo de las cosas profanas se realice sin perjuicio de lo sagrado interno, es necesario que el hombre esté firmemente consolidado en la experiencia de su centro divino, que es la comprensión experimental de la verdad sobre sí mismo, la conciencia inquebrantable de que la última y más profunda Realidad del hombre es Dios, el Infinito, el Eterno, de donde emigró a experiencias terrenales y debe regresar si quiere cumplir su misión en el proceso evolutivo universal o desintegrarse en el éter.

“Ustedes son dioses”: estas palabras de Jesús revelan la verdad sobre la naturaleza humana. Cuando sus enemigos lo acusaron de pretender ser Dios, no negó que él fuera Dios, pero afirmó que ellos también eran dioses. “Dios” significa una manifestación individual de la Divinidad Universal. Toda criatura humana es una manifestación individual finita de la Divinidad Infinita Universal. Ninguna criatura es la Divinidad, pero cada criatura es Dios, es decir, una emanación de la Divinidad. El hombre es un Dios consciente, un reflejo individual de la Divinidad Oniconsciente.

Lamentablemente, la tradición teológica de las iglesias ha destruido en el hombre la conciencia de que “El Padre y yo somos uno”. En la teología de los clérigos se enseña que el hombre es malvado, pecador, descendiente del diablo, etc. Es que la gran mayoría de los llamados “maestros espirituales” siguen siendo “guías ciegos que guían a ciegos”, ya que identifican al hombre con su ego negativo, y no con su Yo positivo; en Génesis aprendieron que el hombre es “polvo”, pero no leyeron en el Evangelio que el hombre es “luz”, “espíritu”, “Dios”. Estos maestros espirituales son excelentes discípulos de la escuela primaria de Moisés, pero nunca se matricularon en la Universidad de Cristo. “Por Moisés, la ley fue dada; por Cristo vino la verdad, vino la gracia”. La ley es esclavitud, la verdad y la gracia es libertad. La ley es ego, la verdad y la gracia es el Yo mismo.

Mientras el hombre conoce solo la ley esclavizadora de su ego tiránico, no puede vivir libre en medio de los esclavos, puro, en medio de los impuros, y que hará bien en tratar de vivir lejano de los impuros, libre, lejano de los esclavos, sagrado, lejano de los profanos. Pero, si alguna vez descubre la verdad liberadora sobre sí mismo; si descubre su Yo divino, superará todas las leyes de la esclavitud y entrarás en la zona de la verdad liberadora. Y así, completamente liberado, podrá vivir entre los esclavos sin perder su libertad. Llevará consigo su beatitud espiritual, la plenitud de la extinción de su individualidad, en medio de todas las ilusiones materiales. El hecho de que pueda o no lograr ese objetivo depende del nivel de su conciencia, el grado de intensidad con el que ha experimentado la verdad liberadora sobre sí mismo.

El lenguaje de cada día revela el estado de conciencia de la mayoría de la humanidad. Cuando el hombre dice “Estoy enfermo”, o “Soy inteligente”, o incluso “Estaba ofendido”, se identifica con su ego, olvidando su Yo esencial divino, que no puede estar enfermo, que no solo es inteligente y que no puede ofenderse.

Durante miles de años, la humanidad ha vivido en la ilusión de identificarse con su ego periférico. Debido a esto, es difícil para un hombre romper los grilletes tradicionales y acostumbrarse a la verdad liberadora de que él realmente es su Yo, su alma, el espíritu de Dios que habita en él, y no su ego.

Es necesario que el hombre se libere de esta hipnosis colectiva, de esta ilusión de identificarse con su ego periférico, que Jesús llama “el dominador de este mundo, que es el poder de la oscuridad y que tiene poder sobre usted”.

Para conquistar este “tesoro escondido” y lograr la “única cosa necesaria”, es esencial que el hombre practique con frecuencia el ejercicio de la “disociación” de su ego, para poder escuchar la voz del Yo, que solo se manifiesta en profundo silencio.

El ego vive en el ruido.

El Yo habita en silencio.

Es necesario que el hombre reserve para este silencio, una parte de las 24 horas de cada día. El llamado mundo civilizado generalmente dicta al hombre 8 horas para trabajar, 8 horas para dormir y 8 horas para descansar y entretenerse. Es evidente que con un programa así, marcaremos el paso de nuestras vidas y nunca dejaremos el círculo vicioso tradicional.

Poco tiempo es necesario para que el hombre adquiera un comienzo de experiencia espiritual, para penetrar en su “cueva interior”, pero es esencial que haga este ejercicio de interiorización en un lugar donde no sea molestado. Los sonidos de la naturaleza: el mar, los vientos, los pájaros, etc., música suave que invita a la concentración y no perturba el silencio; pero cualquier voz humana causa interferencia perturbadora. Y, en una etapa más avanzada, es suficiente escuchar solo la música cósmica del Universo.

Mucho se dice y escribe sobre la respiración y la postura corporal. Cualquiera que explore ciertos libros sobre tales temas puede estar totalmente desanimado.

El control de la respiración y su ritmo ayuda a establecer la pureza y la armonía de las vibraciones vitales y mentales. Pero este ejercicio de controlar la vibración o la energía que activa y sostiene la vida en el cuerpo, de desconectar la mente de las funciones corporales y las percepciones sensoriales, debe preceder, y no acompañar, este momento de interiorización. Durante el período de concentración profunda, la respiración se vuelve inconsciente, disminuyendo gradualmente, en proporción directa a la concentración. En el apogeo de la meditación profunda o la contemplación, cuando el hombre entra en el “tercer cielo”, o éxtasis divino, la respiración es tan imperceptible que parece que ya no existe.

En cuanto a la postura corporal, hay grandes aberraciones y arbitrariedad. El oriental está acostumbrado a sentarse con las piernas cruzadas (posición de loto) desde la infancia, una postura que es natural e indolora. Pero el occidental adulto rara vez logra esa posición natural que le hace olvidar la presencia de su cuerpo. Y, mientras la postura cause alguna molestia, no debe adoptarse, porque es necesario que, durante la interiorización, el hombre ignore por completo la realidad de su ego físico, para poder ser totalmente absorbido por el Yo espiritual.

Solo aquellos que han alcanzado la cima de la meditación espiritual profunda, y se han acostumbrado a vivir en ella como en su entorno natural, pueden, sin peligro, regresar al mundo de la esclavitud sin sucumbir a la esclavitud previa. Una vez que ha sabido la verdad sobre sí mismo, está tan liberado de todas las falsedades del ego que puede vivir puro en medio de los impuros, libre, en medio de los esclavos, porque la conciencia de ser la “luz del mundo”, le dio inmunidad definitiva. La luz es la única realidad que no se contamina, que puede penetrar todas las impurezas sin volverse impura.

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