La espiritualidad es una cuestión de identidad. No se trata de encontrar a un alguien especial (que no se deja ver), ni tampoco de comunicarse con él. Ahí está la dificultad con la palabra 'Dios', porque hace que parezca una entidad objetiva, aparte, cuando en realidad se trata de nuestra identidad esencial y misma esencia de todas las cosas.
Cuando la esencia adquirió forma, la existencia tuvo su inicio y comenzó ahí toda la comedia divina que se desarrolla en el palco de la existencia. Todo en la existencia va y viene, pasa. Lo único que no, es la esencia, el Ser que no requiere de la existencia para 'ser'; podríamos decir que el ser no se restringe a lo existente, sino que 'va más allá', porque ya 'era' antes de que produjera la existencia (el prefijo 'ex' significa eso, que se extrajo, que fue producto).
Esa Esencia la descubrimos a través de la conciencia, siendo que en el humano la forma consciente toma conocimiento de sí misma; no en un perro que es consciente de muchas cosas, pero no de sí mismo. En las plantas el nivel de inconsciencia o adormecimiento es otro, y así todo en la existencia tiene su propio estado de conciencia, más o menos despierto, más o menos conocedor.
Todas las formas tienen como esencia al mismo ser único que 'juega' apareciendo y desapareciendo en la existencia. Y la conciencia de sí mismo en nosotros es la 'visión' de esa esencia. ¡Vemos el ser que somos y vemos que todas las cosas también son, aunque no lo vean!
El hecho de que esta forma vea el ser que es, no hace que seamos 'más' que las que no lo ven, simplemente ellas no han despertado al hecho de su propio conocimiento, pero siguen 'siendo' tanto cuanto los humanos 'somos'. Todos somos y por eso el ser es nuestra común esencia.
Cuando una forma humana u otra cualquiera se deshace, eso significa que el ser ha dejado de manifestarse de esa forma, pasando a otra, o tal vez no sea más su 'voluntad' hacerlo; lo que es claro es que el Ser continúa siendo. Cuando la conciencia en un humano despierta a este punto, descubre la 'vida eterna' porque, aunque su forma se transforme o se desvanezca, su consciencia, integrada, no más estará sujeta a la forma; habrá descubierto la 'vida eterna' del inmutable Ser.
El humano en su desarrollo elabora una identidad externa para su forma a la que le da un nombre y construye un complejo 'ego' (individual y comunitario), preocupado con prolongar al máximo la expresión de su forma, porque se ha identificado tanto con ella que cree que sin la forma perderá su ser.
Y así se la pasa (y se la ha pasado) la humanidad, luchando con todas sus fuerzas para tratar de que estas formas transitorias no desaparezcan, sin darse cuenta de que la verdadera vida no está sujeta a la forma, que no hay ningún problema al beber la cicuta de nuestro destino 'formal', porque esto no es más que el palco donde una Divina Comedia pasará, pero el Ser, la observadora consciencia no dejará de serlo. [1]
Mi actual maestro espiritual, Eckhart Tolle, dice que esta vida tiene un propósito interno y un propósito externo. El propósito interno, prioritario, es el despertar de la conciencia al Ser. El propósito externo, secundario, son las cosas que hacemos.
La expresión: "Que Dios esté dentro de mí" es válida, pero tiende a confundirnos porque pareciera que somos dos (donde uno estaría como metido dentro del otro). Es el problema de darle un nombre (Dios) al Ser, esencia de todo, como si fuera otra forma objetiva que pudiéramos determinar y localizar, porque así lo convertimos como en un algo aparte y a nosotros mismos también, por consiguiente, como entidades separadas de él. Cierto es que la condición humana nos impone una forma, pero esta no es lo que realmente somos. Ella, la persona, es como una máscara [2] que solo usamos mientras permanecemos en este plano (palco), porque la habremos de abandonar cuando la consciencia en nosotros haya completado sus experiencias y cumplido con el papel que vino a desempeñar. Y ese papel está relacionado con su propio despertar que precisamente apunta hacia el descubrimiento del verdadero Ser en nosotros, porque se encuentra encubierto por la fachada de un ego artificial y pasajero (la máscara) al que hemos aprendido a darle todo el crédito de lo que somos.
Aquí está también la razón y el sentido de la palabra: 'santo', que significa 'total' o 'totalizante', cuando las escrituras sagradas, refiriéndose a Dios, dicen: "Que su Nombre es Santo", o sea que, si le vamos a dar un nombre, recordemos que se refiere a la totalidad.
Los llamados mensajeros de Dios son los iluminados por la conciencia, que usaron imágenes para preparar a la humanidad (todavía muy presa a sus condicionamientos primitivos) a un despertar de conciencia mayor. El propio Jesús, necesitó de un lenguaje dualista y usó la imagen de un Padre amoroso (avanzando significativamente con respecto a Moisés, cuya imagen predominante era la de un Señor castigador), pero incluyó la idea (poco aprovechada por sus seguidores) de que “El Padre y yo somos uno”, ¡preparando así el camino para el despertar de la consciencia única, que hoy urge para la sobrevivencia del planeta!
Es por esa misma razón que a Buda se le considera ateo, porque para él es incorrecto y contraproducente que se identifique lo inidentificable, porque eso lo convierte en una entidad separada que nada tiene que ver con el conocimiento alcanzado por la conciencia.
Jesús concordó con ser dios, pero dijo que nosotros también éramos dioses! y cuando se refirió al poder que tenía sobre la vida (yo doy mi vida y la retomo cuando quiero) era la criatura unigénita del Ser supremo en él (llamada Cristo) quien hablaba más allá de la forma humana llamada Jesús, de la cual nos quedó la poderosa imagen de una forma crucificada, como indicativo del camino al que se debe someter el ego para descubrir la vida del eterno Ser.
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[1] - De ahí la tranquilidad de la forma llamada Sócrates al beber la cicuta, porque su conciencia ya había despertado.
[2] - La palabra persona, de hecho, significa máscara.
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