Thursday 11 February 2021

ENTRE SCHOPENHAUER Y NIETZSCHE

Schopenhauer dijo que el deseo fundamental de un hombre es la “voluntad de vivir”; Nietzsche proclamó que el anhelo más profundo del hombre es la “voluntad de dominar”.

Schopenhauer dijo la verdad a medias y Nietzsche enunció una verdad total, aunque quizás en un sentido unilateral. Lo cierto es que ningún ser -y menos el hombre- se satisface con el simple hecho de vivir, de existir sólo en el nivel horizontal y seguir viviendo en él. Cuanto más consciente de sí mismo es un ser, más fuerte es el deseo de superar el nivel en el que se encuentra, persiguiendo otro, lo ascensional, para vivir con fuerza porque el poder es la felicidad, la realización personal, y la plenitud del poder es la plenitud de la felicidad. En definitiva, la felicidad completa consiste fundamentalmente en un sentido de poder, que da seguridad y libertad, sin las cuales no es posible la verdadera felicidad. Los que viven con fuerza son felices. La felicidad es vida en abundancia. Y esta vida abundante es imposible en la debilidad; requiere poder, determinación, iniciativa, fuerza de voluntad.

Entre el nivel horizontal del vivir sencillo y el nivel vertical del vivir poderosamente, son posibles numerosos niveles ascendentes, de mayor o menor grado de distanciamiento de la horizontal y aproximación de la vertical.

Un gusano comiendo humus toda su vida debe vivir bastante satisfecho porque sus potencialidades verticales son mínimas ya que su conciencia se encuentra en un grado mínimo de autonomía. No sabemos hasta dónde llega la “voluntad de dominar” de un gusano.

Sin embargo, un águila o un león muestran una “voluntad de dominar” notablemente superior porque viven en abundancia y su grado de felicidad debe ser mucho mayor que el de un gusano.

Está en la naturaleza íntima del hombre vivir en abundancia. “Yo he venido para que tengan vida – dijo Jesús - y para que la tengan en abundancia”.

Todo hombre tiene el fuerte deseo de la plenitud de la realización, incluso si está dormido, es decir, de energizar sus potencialidades; el deseo de ser explícitamente lo que ya es implícitamente, de superar el nivel evolutivo en el que se encuentra hoy y ascender a un nivel superior, más sentido e intuido que probado intelectualmente por el razonamiento objetivo. Cuanto más consciente de sí mismo se vuelve, más reconoce que su existencia comprende numerosas etapas evolutivas; que tiene que sufrir muchas metamorfosis, entre el nacimiento, la vida y la muerte, del mismo modo que una oruga, que, después de nacer del huevo, sabe biológicamente que debe morir como oruga, renacer como crisálida y luego morir como crisálida para renacer de nuevo como una mariposa; sabe que su epopeya vital es una sucesión de luces y tinieblas, de expansión y contracción, de actividad y pasividad, hacia una meta que la conciencia individual de la oruga ignora, pero que la conciencia universal del Cosmos ha conocido desde el comienzo de este cadena evolutiva.

Los seres no humanos no viven propiamente hablando, sino que son vividos por la gran conciencia cósmica de la vida, subordinada a la inteligencia determinada por esta potencia; tienen vida, pero carecen de experiencia; no tienen autocracia vital, porque toda su vida está determinada por circunstancias externas a ellos; no se gobiernan a sí mismos, sino que están gobernados por el impacto de la gran Vida e Inteligencia Universal del Cosmos. Y por esta razón, tampoco son responsables de sus acciones; la responsabilidad sigue siendo del Cosmos mismo. Estos seres no conocen la ética, ni de derecha ni de izquierda, ni del bien ni del mal, porque la ética supone autocracia, autonomía.

Sólo con la llegada del hombre se inició el fenómeno de la autonomía del ego y, por tanto, la conciencia ética, la posibilidad del bien y del mal.

Un hombre éticamente consciente sabe que es un viajero de regiones lejanas, un peregrino del Infinito; sabe que a pesar de que se ha distanciado del mundo no humano - y eso también incluye minerales y vegetales - todavía está muy lejos del objetivo final, de la plena realización de todas sus potencialidades latentes. Quizás sea posible que haya seres humanos que se encuentren en el mismo nivel de evolución ascensional; algunos realizaron 10 grados, otros 20 grados, otros tal vez 50 grados de despertar de sus potencialidades latentes. Pero parece que, hasta el día de hoy, muy pocos hombres han alcanzado la plenitud de su perfección, y por eso se les llama hombres integrales, cósmicos, crísticos.

Si una oruga pudiera razonar como un humano, tal vez tendría miedo de estar enclaustrada en el misterioso capullo, que parece ser su ataúd, pero que es al mismo tiempo la cuna de una nueva vida como una mariposa. Afortunadamente, la gran Inteligencia Cósmica piensa por la oruga, por lo que su inteligencia no teme a la muerte, porque una voz desde dentro le dice que este anochecer de hoy es el preludio del amanecer de mañana.

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