Monday 22 March 2021

LA PERPETUIDAD DE LA RELIGIÓN

La razón más profunda de la continuidad de la religión es que siempre ha habido hombres, aunque pocos, que han tenido su encuentro personal con Dios; hombres que conocieron a Dios y al Reino de Dios por su propia experiencia directa, inmediata e íntima, y no solo por “escuchar” ni por la ingenua fe en el testimonio de otros. Si nadie hubiera tenido esta experiencia personal, la fe misma estaría vacía e irracional: cuán vacía sería el mejor sistema de plomería si no hubiera una fuente que suministrara agua.

Solo porque hubo, y hay, iniciados, es decir, hombres sapientes de Dios, justifica la existencia de hombres que creen en el mundo espiritual. El creyente es un peregrino que camina por el sendero correcto, pero aún no ha llegado al final, mientras que el consciente o sapiente de Dios, el iniciado, el hombre de verdadera fe, es un hombre que, superando todos los “espejos y enigmas” y todas las sombras de la infancia espiritual, entró en la luz, en plena madurez de espíritu, contemplando las cosas divinas “cara a cara”, como decía Pablo de Tarso en su clarividencia: “Ahora vemos por espejo; más entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.” (1 Corintios 13:12)

El incrédulo no cumple la voluntad de Dios, sino la suya.

El creyente cumple la voluntad de Dios, pero con sacrificio y aflicción.

El sapiente, o iniciado, cumple la voluntad de Dios “como en la tierra como se cumple en el cielo", ya que los habitantes celestiales son todos sapientes, y no solo creyentes de Dios; hacer la voluntad de Dios es, para el sapiente, como lo fue para el iniciado más grande, Jesús, su “manjar”, un festín abundante y delicioso.

Si no hubiera hombres en cuya pasión suprema consistiera en hacer las obras de Dios, la religión no tendría una garantía sólida de perpetuarse, porque solo lo que se hace con alegría y entusiasmo tiene una garantía real de duración.

El entusiasmo religioso de Jesús, el más grande de los teo-sapientes, ha sido, durante los últimos veinte siglos, el gran fuego de cuyo calor, cientos de millones de almas han absorbido sus calorías espirituales. Si este gran foco de luz y calor no hubiera aparecido en el mundo, solo Dios sabe hasta qué punto el termómetro religioso de la humanidad habría bajado.

No comments:

Post a Comment