Este es quizás el fenómeno más inexplicable que todo místico conoce en su peregrinaje ascensional hacia la Realidad espiritual: después de alcanzar la plena purificación, después de alcanzar un alto grado de iluminación, poco antes de cruzar la frontera misteriosa hacia la unión definitiva con Dios - atraviesa el la denominada “Noche oscura del alma”, fenómeno en el que Juan de la Cruz y su gran discípula, Santa Teresa de Jesús, fueron maestros en la descripción de este fenómeno.
Los psicólogos dicen que este fenómeno es una reacción al cansancio que provoca el paso por las dos primeras etapas de la evolución, de purificación e iluminación, que necesariamente preceden a la Unión.
Sin embargo, la razón más profunda no es solo psicológica, sino mística o cósmica. En la transición a la unión última con el Infinito, se produce el desprendimiento del ego tiránico, la muerte irrevocable del hombre adámico y esa muerte se experimenta como una oscuridad, como un eclipse total de la personalidad del ego luciferino que cede a la resurrección del hombre crístico.
Además, no puede haber una auténtica experiencia del mundo espiritual sin este “bautismo de sangre”, sin el paso por el “mar rojo” del gran sufrimiento, y la muerte definitiva del ego es sin duda el mayor de los sufrimientos. El sufrimiento es el factor de iniciación último y supremo. Una vez que un hombre ha comprendido todo lo que era comprensible, su ego tiene que ser aniquilado, reducido a cero, antes de que pueda ver el Todo. Si entre la vida egocéntrica y la vida superconsciente del Yo no existiera que la separará, el abismo de la nada, de la aniquilación absoluta, que se revela como sufrimiento, ¿podría parecer la posterior unión con Dios producto de algún ingenioso o brillante actividad del ego; pero una vez reducido a cero, el hombre nunca podrá considerar las nupcias místicas del alma con el Esposo divino como algo merecido o producido por la personalidad del ego.
Para que esta unión mística aparezca en todo el esplendor de la verdad de lo que es en realidad, es decir, la más pura gracia de Dios, la gran oscuridad debe acampar en el umbral del santuario.
“Para que nadie se jacte delante de Dios.”
Después de atravesar esta densa oscuridad, el alma es adulta y madura para entrar en el reino de Dios.
Aquí se encuentra la línea divisoria entre la espiritualidad meramente devocional de ciertos místicos poéticos y líricos y la experiencia creativa de un alma que, de hecho, se excitó con las vehementes tormentas de Dios. Existe en la experiencia mística genuina, algo profundamente trágico, casi mortal; el alma, llegando a esta última frontera entre dos mundos, sabe y siente que se trata de vida o muerte, que se acerca el momento de la gran crisis, de una decisión suprema, de la que no hay retorno ... y tal experiencia provoca profundas modificaciones también en la vida exterior del hombre.
Cuando, tras este encuentro con Dios, se vuelve a la sociedad, al principio no ve nada, ya no comprende el lenguaje de los demás, aunque todo lo ve y lo oye. El alma permanece lejana, lejana ... Entonces, obligada a retomar su vida cotidiana, tiene la impresión de estar en un jardín de infancia, o en un teatro de marionetas ... ¿Por qué habría de correr todo esto? ¿Por qué este ajetreo desenfrenado, a pie, en coche, en avión? ¿Qué quieren estas muñecas humanas? ¿Todos tienen que hacer algo importante o es solo la forma de vivir el vacío de la vida demasiado agitada? Por supuesto, son víctimas de una alucinación colectiva, ¡que se toman muy en serio! Nadie sabe exactamente el motivo de esta histeria que se precipita por todas partes; gritos, risas, llantos, gestos, acumulación de dinero y más dinero ... ¿No se dan cuenta de que están construyendo un museo lleno de ceros? ... Estos importantes hombres son como hormigas frente a su nido colapsado, comenzando a correr salvajemente en todas direcciones, sin saber por qué y para qué.
“Mi reino no es de este mundo” ... ¡Diría esa alma!
Esta es la voz que resuena, sin cesar, en el alma del místico que tuvo su encuentro con Dios. Y si uno le ofreciera “todos los reinos del mundo y la gloria de ellos”, no se molestaría en extender la mano para tomar estas sombras y estos títeres de harapos, que constituyen el objetivo codiciado del ajetreo desenfrenado diario de una vida agitada y vacía, codicia y guerras de los profanos ...
Su centro gravitacional cambió ...
Su órbita ya no es geocéntrica, egocéntrica, se volvió heliocéntrica, teocéntrica, Cosmocéntrica ...
Perdió de vista las playas y costas del pasado y se dejó llevar por las olas jubilosas de los mares de Dios ...
¿Dónde?
¿Quién sabe? ... No importa ... Dios lo sabe, ¡y esto es suficiente!
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El poema de Juan de la Cruz narra la peregrinación del alma desde su morada carnal a la unión con Dios y representa las luchas del alma por desprenderse del mundo y alcanzar la unión con el Creador. La idea principal del poema puede verse como la experiencia dolorosa que atraviesan las personas en sus intentos de evolucionar espiritualmente para unirse con Dios. La noche oscura parece ser el trance del alma, un rito de paso a la gran realidad de la razón espiritual intuitiva, el fin de la glorificación.
Probablemente esta noche oscura sea solo una figura retórica o un concepto que durante la vida de Juan de la Cruz fue creado y distorsionado debido al profundo desconocimiento de las cosas del espíritu que existieron en su tiempo, y que formaron sedimento en el ser humano hasta el día de hoy, ignorancia que fue alimentada por la iglesia misma ... ¡ciegos guiando a ciegos! ¿No podría esta noche oscura ser la luz del amanecer del tercer cielo? ¿Un éxtasis místico? ¿Una realidad que está más allá de nuestros sentidos y nuestra mente?
Santa Teresa de Jesús también experimentó algo similar. Cuando buscaba respuestas a sus dudas sobre la otra vida, les habría dicho a sus compañeras monjas: “Si supieran en qué oscuridad estoy inmersa”.
La Madre Teresa de Calcuta escribió así: “En mi alma, siento ese terrible dolor de la pérdida y no encuentro palabras para expresar la profundidad de esa oscuridad”.
Estas experiencias pueden ayudarnos a identificar y comprender el estado de abandono que Jesús sintió durante las peores horas de su sufrimiento, particularmente de la traición a la crucifixión.
NOCHE OSCURA DEL ALMA
1. En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.
2. A oscuras y segura,
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
3. En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
4. Aquésta me guiaba
más cierto que la luz de mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
5. ¡Oh noche que guiaste!
¡oh noche amable más que el alborada!
¡oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!
6. En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.
7. El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.
8. Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
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