En última instancia, quien se entusiasma con un guía espiritual, se entusiasma con su Yo divino o el Cristo interno, porque potencialmente cada hombre es un guía espiritual.
Dentro de cada uno de nosotros duerme un genio metafísico y místico; cuando un genio espiritual aparece en el nivel objetivo, sentimos, en la profundidad inconsciente de nuestra naturaleza humana, que ese genio espiritual somos nosotros en una etapa embrionaria; percibimos el eco de una voz lejana, las vibraciones de una luz, el calor de un fuego que también está en nosotros, pero todavía implícitamente, cuando en ese genio espiritual ese fuego ya arde explícitamente. Todo combustible es fuego potencial, al igual que el fuego es combustible en un estado dinámico.
“Si el ojo no fuera solar”, dijo Goethe, “nunca podría contemplar el sol”.
De la misma manera, si el alma no fuera divina o crística, nunca podría responder a la voz de Dios o de Cristo. Es por eso que la semejanza a Cristo del alma humana entra en vibración cuando otra alma, ya en un estado avanzado de semejanza a Cristo, aparece en el escenario, así como la semilla en las profundidades de la tierra comienza a vibrar cuando percibe, en plena oscuridad, las misteriosas vibraciones del calor solar.
En última instancia, nuestro gurú externo o guía espiritual es nuestro Yo divino o nuestro Cristo interior, personificado casualmente en el maestro A, B o C.
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