El conocimiento perfecto proviene del amor, porque el amor es la razón más elevada.
Por ahora, hay fe, esperanza, amor.
Pero ni la fe ni la esperanza nos dan el conocimiento perfecto.
La fe nos ofrece una imagen indirecta de la realidad, como el reflejo de un objeto en el espejo; conocimiento oscuro, como la solución incierta de un enigma.
La esperanza nos habla como distancia, porque es el deseo de algo lejano, que aún no se posee. Es un concepto vago e incierto y, según el poeta, ¡es “la divina mentira que le da al hombre el regalo de soportar los desafíos del mundo!”
Pero cuando la tenue luz de la fe se vuelve intensa, cuando tiene lugar la visión directa e inmediata del conocimiento intuitivo de Dios; y cuando el deseo distante de poseer se convierta en una realidad cercana a la posesión de Dios, entonces la fe dejará de existir, porque amaneció la visión beatífica, entonces la esperanza culminará en la inefable conquista del Eterno.
Y entonces el amor alcanzará el cenit de su gloria, luz y felicidad. Porque a través de la transformación de la fe en visión y la esperanza en conquista, el amor se expandirá a horizontes infinitos, descenderá a profundidades ilimitadas, ascenderá a alturas infinitas, adquirirá una intensidad que superará toda comprensión.
Por eso, ni los ojos han visto, ni los oídos han escuchado, ni ha penetrado en el corazón humano lo que Dios ha preparado para aquellos que viven de su amor y de amor por Dios.
Ama, ¡y todo se vuelve perfecto!
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