La necesidad más urgente para el mundo de hoy es un hombre que, en medio de este mundo visible, sepa caminar con certeza y seguridad de la mano de la Realidad invisible, un hombre que vive en el mundo, pero cuyo reino no es del mundo.
El hombre profano ignora la realidad y, por lo tanto, no puede ayudar a sus semejantes. El ermitaño abandona el mundo para vivir solo con su Dios y, por lo tanto, no tiene contacto con sus desorientados humanos. Solo el hombre espiritual, el realista integral, puede redimir a todos, porque él solo posee la verticalidad mística necesaria y la horizontalidad ética indispensable, para devolver al Dios del mundo al hombre que vive en el mundo de Dios, pero ignorando a Dios.
El profano es un hombre ciego que corre vigorosamente, viviendo el vacío de su vida muy ocupada, pero sin saber a dónde y perdido en el mundo; y aquí se sostiene la declaración de Agustín: "grandes pasos fuera del camino".
El ermitaño es un vidente que, paralizado por el miedo, prefiere retirarse a una cueva, lejos de los males del mundo.
Pero el hombre espiritual es un vidente que camina seguro y firme en el camino del mundo profano, sin profanarse a sí mismo; irradiando a sus compañeros la luz de su clarividencia y la fuerza de su santidad.
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