A través de la ignorancia, los sentidos nos mantienen en la inconsciencia de nuestra esclavitud, a medida que sufren interpretaciones sesgadas, examinadas por un juicio precario y extremadamente oscilante.
A través de la ciencia, el intelecto nos hace conscientes de nuestra esclavitud.
Por sabiduría, la razón nos libera de la esclavitud.
La verdad sobre el Creador, la verdad sobre el mundo, la verdad sobre nosotros, ¡ese es el gran libertador!
Sin embargo, la verdad solo puede conocerse por una razón intuitiva y espiritual, por el Logos Divino que ilumina a cada hombre que viene a este mundo. Por lo tanto, es la razón que, al conocer la verdad, nos brinda una gran libertad.
La verdad es la conciencia de la realidad, es la esencia de las cosas percibidas por algún ser consciente; la armonía entre una realidad objetiva y la reflexión que esta realidad proyecta sobre el sujeto consciente y pensante. Y esa esencia es Dios, lo Absoluto, Universal, Infinito, Potencia Cósmica, una fuerza viva y activa; es Vida, Conciencia, Razón, Espíritu en un grado ilimitado ...
“Sabrás la verdad, y la verdad te hará libre” ...
Cuando el hombre alcanza este estado de conciencia suprema, se silencian todas las dudas sobre los problemas de la vida. Él sabe lo que es, sabe lo que quiere, sabe a dónde va y vive su vasta y profunda inmortalidad ...
Y luego viene esta gran paz, esta inmensa serenidad, una bienaventuranza que supera toda comprensión ... sabes que sus pies están firmemente sujetos a los pilares del Absoluto ...
E incluso si todos los seres humanos declararan que su filosofía era ilusoria y absurda, este hombre sabría que es verdad, porque su criterio de verdad supera todas las barreras levantadas por el intelecto, cuya fuerza es la debilidad, cuyas luces son la oscuridad, frente al poder cósmico de la razón intuitiva, es decir, del Logos Divino que habita en el hombre.
Sin embargo, es esencial que esta ética racional profunda y vasta no se confunda con la ética superficial y estrecha de la voluntad del hombre común.
La ética basada simplemente en actos explícitos de la voluntad, es un estado precario, fragmentado y imperfecto de la conciencia; siempre difícil, sacrificado; no ofrece una garantía de perpetuidad, típica de todos los actos difíciles, cuya función es intermitente y precaria, ya que muestra cuán duro trabaja el ego tiránico y, a veces, con ausencia de voluntad, para demostrar que el ego es bueno pero que es reacio a hacer este esfuerzo continuamente. En contraste, los actos fáciles y placenteros, ya que son productos del ser consciente y que fluyen sin esfuerzo, son continuos y sólidos. Para el principiante, la ética de la voluntad es ciertamente necesaria, porque nadie puede dar el segundo paso sin dar el primero, ni el último sin el penúltimo; el principiante debe querer ser bueno, sobre todo, y para después ser bueno. Esta ética se basa en un tipo de fe que, cuando madura, culmina en la sabiduría, y es esta sabiduría racional la que caracteriza la ética perfecta.
El hombre puede ser subjetivamente bueno, como lo es todo hombre que busca experiencia ética, pero esta bondad subjetiva no es idéntica a la perfección objetiva del hombre integrado en la ética racional.
La perfección objetiva del hombre es que comprende por qué debe ser bueno. Esta razón no está en el plano horizontal de la voluntad consciente, ni en el campo social, en la necesidad de que el hombre civilizado tenga que vivir con sus semejantes, una convivencia imposible sin justicia, bondad, amor. El hombre perfecto también es ético en la soledad, sin ningún contacto con la sociedad, como si viviera solo, porque la ética no nació de la convivencia social, sino de la inteligencia, la voluntad y la razón.
¿Por qué, entonces, el hombre debería ser bueno? El hombre perfecto es ético porque su “actuación” armoniza con su “ser”. Revela en el plano horizontal de la ética lo que es en la línea vertical de la metafísica. Actúa de acuerdo con su naturaleza, que es ser bueno y totalmente fiel a sí mismo. Vive lo que es. Al comprender su identidad esencial con el Infinito, hace que su actividad esencial coincida completamente con su realidad esencial. Abolió todas las viejas discrepancias entre su ser y su vida; se despojó del viejo hombre adámico, que vive en contra de lo que es, y comenzó a invertir en el nuevo hombre crístico, que en el plano de su deber diario mantiene una fidelidad inviolable a la realidad eterna de su ser; quien ha superado todas las mentiras y falsedades entre su ser Divino y su vida humana; él vive en la existencia humana su esencia divina.
¡En consecuencia, el hombre que ha alcanzado las alturas luminosas de la ética racional o cósmica es una personalidad individual perfectamente integrada en el Todo universal!
Texto revisado y en colaboración con Hernán Fandiño Mariño, extraído del libro Filosofía Contemporánea, volumen II, escrito por Huberto Rohden.
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