Un mundo sin misterios sería un mundo sin encantamientos, sin mares, montañas, abismos, desiertos, bosques vírgenes, noches estrelladas, ¡mucha magia anónima escondida en el universo!
Un ser humano sin misterios deja de ser fascinante. Una persona completamente devastada es insípida, sin encantos, ni atractiva. Debe haber en cada persona un departamento virgen, anónimo, desconocido, misterioso ... algún santuario donde solo el alma de esa persona pueda entrar y estar a solas consigo misma.
Sin este retiro sagrado, uno se vuelve banal, poco atractivo, insípido.
Si los humanos supieran lo que eso significa, no habría divorcio, porque todo divorcio proviene del desencanto de los encantos, la trivialización de lo sagrado, la profanación del santuario de la personalidad.
El hombre profano hace a los demás seres humanos lo que hace con la Naturaleza: la explota en beneficio de su egoísmo; pero toda explotación es blasfemia, todo egoísmo es sacrilegio.
El amor no es solo un imperativo categórico de la ética, es, sobre todo, la exigencia fundamental de la estética.
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