El hombre que cree ingenuamente en sus primeros contactos con el mundo espiritual no se convirtió en un niño; se quedó simplemente un niño y nunca abandonó esta infancia espiritual de la creencia ingenua.
El incrédulo, por otro lado, dejó de ser un niño y no se convirtió en un adulto. Pasó de una infancia sana a un infantilismo enfermizo, sin ver detrás de su escepticismo, la Realidad suprema, la Fuente original de todas las existencias.
Solo el hombre sabio de las cosas del espíritu ha adquirido madurez genuina y puede convertirse en un niño.
La verdadera sabiduría de la experiencia espiritual es ser un adulto infantil, por muy paradójico que sea, porque el hombre experimentado al nivel de la Realidad suprema ha adquirido una sabiduría simple, transparente y tranquila, lejos de todas las sofisticaciones, una sabiduría llena de seguridad que está más allá de todo la ruidosa y orgullosas discusiones de la inteligencia analítica. Este hombre no es un erudito, sino un hombre que conoce. Puede ser que este hombre no sepa muchas cosas, como el hombre-enciclopedia, pero sabe mucho: su conocimiento es de calidad y no de cantidad. No es un archivo de conocimiento yuxtapuesto y desconectado: su conocimiento es de vista panorámica, que conoce el lugar exacto de cada criatura en el Universo.
El hombre sabio y erudito es siempre un hombre sereno, dinámico y tranquilo; no necesita correr apresuradamente de un lado a otro para obtener las materialidades de la vida: se encuentra como en una vasta llanura iluminada por el sol, cubriendo simultáneamente todas las latitudes y longitudes a su alrededor; aunque es un peregrino en el planeta Tierra, siempre está al final de todos sus viajes.
Y es por eso que un hombre así vive en esta paz dinámica, de tranquila seguridad, que parece llegar a todos los que se le acercan.
Saber cómo convertirse en un niño en plena edad madura es un arte divina, es un carisma místico, es la sabiduría cósmica.
No debemos convertirnos en niños, sino ser como niños, después de ser adultos. Esta segunda fase de la infancia, creada libremente por un hombre adulto, es la prueba definitiva de su edad adulta. Cualquiera que, como adulto, no tenga la habilidad de convertirse en un niño, no está completamente maduro en su evolución. Y esa infancia es una infancia plenamente consciente, no una infancia inconsciente, y mucho menos un infantilismo seudo consciente.
Ser como un niño, no por ignorancia natural, sino por sabiduría y experiencia. Es ir más allá no solo del subconsciente infantil, sino también del consciente juvenil y entrar en el superconsciente cósmico.
"Dejen que los niños vengan a mí, no los impidan, porque el Reino de los Cielos pertenece a quienes se vuelven como ellos".
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