Los regímenes políticos que se han adaptado mejor a un estado de conciencia aún no evolucionado de la humanidad pueden ser incompatibles con los ideales de una capa de humanidad más evolucionada. Por lo tanto, la forma monárquica era normal para la humanidad infantil, mientras que el régimen democrático coincide con el estado actual de una gran parte de la humanidad políticamente adolescente, aunque no se puede decir que la democracia sea simplemente la mejor forma de gobierno.
Llegará un momento en que la humanidad cambiará, de acuerdo con su mayor evolución, en la edad madura, los llamados regímenes democráticos vigentes en la actualidad.
La función del Estado no es llenar lo que falta en la personalidad humana, sino crear un ambiente de paz y seguridad en el que la personalidad pueda desarrollar normalmente todas sus potencialidades latentes. El poder no significa violencia, o absolutismo, estado policial o dictadura; pero, en este momento, el poder es necesario para promover la armonía social entre todas las partes del Estado, siempre que esté guiado por la razón, hasta que el individuo mismo pueda orientarse por sí mismo. El poder público es un medio, no un fin en sí mismo. El Estado no debe reemplazar o limitar la personalidad, sino ayudarla para que la persona pueda alcanzar la plena dinamización de sus potencialidades, de tal manera que la perfección de cada individuo resulte en la perfección de la sociedad.
Baruch Espinoza, famoso filósofo y pensador del siglo XVII, hijo de judíos portugueses que, huyendo de la persecución católica, se fueran a vivir a Ámsterdam, defiende implícitamente el ideal de “Cosmocracia”, un régimen político en el que cada individuo está completamente evolucionado en sí mismo, guíese con seguridad por la voz interna de su conciencia, sin necesidad de leyes externas. Esta “Cosmocracia” (gobierno del Cosmos) sería una especie de “anarquía”, pero no una anarquía debido a la falta de leyes, sino una anarquía que prescindía de cualquier ley externa porque cada ciudadano tiene la ley interna en él, a la cual obedecería espontáneamente, no por temor a represalias o por la esperanza de un premio, sino por un entendimiento racional que lo hizo amar la ley como amigo, beneficiándose a sí mismo y a sus semejantes.
Muchos hombres desobedecen la ley porque la odian.
Otros obedecen la ley, aunque la odian.
Otros, sin embargo, obedecen la ley porque la aman, y este tercer grupo representaría a la Cosmocracia.
Sin embargo, para que el hombre pueda amar la ley, aceptar la ley y cumplirla espontáneamente, hacer el bien por el bien, es fundamental que haya alcanzado un alto grado de evolución interior, que haya llegado a “conocer la verdad”, la verdad que lo libera. Así, el régimen cosmocrático representaría el estado de “libertad a través del conocimiento de la verdad”.
“El propósito del Estado - escribió Espinosa - no es dominar a los hombres, ni restringir su actividad por imposición, terror; sino más bien para liberarlos para que puedan vivir y actuar con total seguridad y sin peligro, para ellos y sus semejantes. El propósito del Estado no es transformar seres racionales en brutos o máquinas; pero para permitir que el cuerpo y el espíritu de los ciudadanos se integren mejor; es llevar a los hombres a vivir por razones libres, para que no desperdicien sus fuerzas en el odio y el fraude, o se comporten injustamente. Para que el verdadero propósito del Estado sea guiar al hombre a ser libre”.
Sin embargo, es importante que quienes están a cargo del Estado sean plenamente conscientes de sus funciones y vivan entre ellos en el mismo grado de honestidad, verdad, justicia y libertad que desean de sus ciudadanos. Al principio, no hay nada malo con la política, porque el ser humano es un ser político por naturaleza y tiene en su libre albedrío, su causa, su verdad, pero también su juez; su conciencia. Incorrecto es la forma oligárquica en que la política se lleva a cabo para su propio beneficio, o para grupos de poder con el objetivo de imponer y sobrevivir a expensas de otros, una práctica que se ha vuelto endémica en las llamadas sociedades hodiernas. En la política de las oligarquías, los partidos políticos se establecieron con el mismo propósito de poder, que se basan en divisiones, ya que la propia etimología del término significa división y, por lo tanto, división de intereses, y no unión en beneficio de toda la colectividad.
La democracia, que ya había nacido elitista y llena de controversias, tendría como principio la representación y participación del pueblo en el gobierno y eso debería ser ejercido por los representantes elegidos por el pueblo; un gobierno de las personas, por las personas y para las personas, es como la experiencia de la vida misma, siempre cambiante, infinita en sus variedades, siempre dependiendo del grado de evolución de las culturas. Pero hoy, este principio no se puede comparar con lo que sucede con la gran mayoría de los países del planeta. En algunos, todavía se escucha la voz de su gente, pero en el resto, la democracia solo es válida para unos pocos grupos de poder que influyen y se benefician de las decisiones o obligan a tomar decisiones sin la participación de la gente, que son los ciudadanos quién trabaja más y quién tiene menos derecho a decidir y quién menos se beneficia. Es una democracia de etiquetas solamente, una farsa. La verdadera democracia, nacida hace 2500 años en la antigua Grecia, fue de corta duración, solo doscientos años, lo que demuestra la realidad de que la humanidad todavía vive en su estado primitivo de conciencia hoy.
Por lo tanto, ningún régimen político en el nivel actual de la conciencia de la humanidad, aun arrastrándose a través de las llanuras áridas de la mediocridad, ni siquiera las de la fuerza, porque la violencia, la fuerza, genera la misma fuerza, de la misma intensidad en la dirección opuesta, según la tercera ley de la física de Newton, que en metafísica corresponde a la ley de Causa y Efecto, resolverá los problemas generados por la injusticia de los hombres contra sus semejantes. Solo una nueva conciencia moral y ética, del conocimiento de la verdad sobre uno mismo, puede llevar al hombre del caos donde vive hoy, a un nivel de armonía y paz futura.
La humanidad se basa en el principio de solidaridad, fraternidad, altruismo, sin embargo, este sentido de hermandad humana universal es imposible sin la experiencia de la paternidad divina universal. Es necesario que la ética de la vida cotidiana se solidifique en la mística de la comunión permanente con Dios. En realidad, la humanidad es nada menos que un grupo de seres humanos concretos, apuntando a sus propios intereses egoístas, en consecuencia, todo egoísmo está fragmentado, lo que no se integra, centrífugo, caótico. Toda persona egoísta quiere ser un sol para sí misma, y no puede tolerar ser un planeta en compañía de otros planetas. El altruista, el adorador del amor y la solidaridad, conoce y reconoce la centralidad del gran Sol divino, y está feliz de poder gravitar hacia la estrella central en compañía de otros planetas.
La ley del egoísta es el caos, el desorden, que se expresa en los sistemas políticos del hombre del siglo XXI.
La ley del altruista, del hombre integral del futuro, es Cosmos, orden, armonía.
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Según Paul Brunton en su libro UN MENSAJE DE ARUNACHALA, en el capítulo de Política, escribe: “Los políticos intentan olvidar la existencia de Dios y el hecho de que los profetas entregaron a los hombres los grandes mensajes de guía y advertencia. Hay algo en esto que los avergüenza y, por lo tanto, guardan silencio porque, según ellos, Dios está demasiado lejos de la Tierra para sentir Su presencia. Ellos “deploran” que la sociedad no pueda se basar en las leyes divinas, y por esa razón, es mejor basarla en las leyes que han creado para diferentes sistemas. Sin embargo, el gobierno sin Dios no ha logrado hacer feliz al hombre, a pesar de las abundantes promesas de los políticos, logrando así formar naciones de inmensa pobreza espiritual. Y así, cerrando cuidadosamente sus ojos a las realidades más profundas de la vida, hacen malabarismos con las externalidades del mundo profano. Para ellos, la vida tiene un propósito político o un propósito divino. Si aceptan el primer argumento, fuerzan el apoyo al partidismo político; de lo contrario, deben rendir homenaje, tiempo y energía al Espíritu Inmortal”.
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